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El Athletic destroza al Atlético y se cita con el Mallorca en la final de la Copa del Rey

Los jugadores del Athletic celebran el gol de Iñaki Williams (REUTERS).
Los jugadores del Athletic celebran el gol de Iñaki Williams (REUTERS). (Vincent West/)

Valverde se desgañita desde la banda, pide un último esfuerzo defensivo a los suyos. Beñat Prados lo escucha y realiza la enésima ayuda para cerrar la retaguardia y en consecuencia el billete a la final de Copa del Rey, aunque este llevaba sellado media hora antes de que Martínez Munuera hiciera sonar su silbato. Tercera final de las últimas cinco temporadas en las que ha alcanzado las semifinales en todas ellas, casi nada. Sin acaparar las portadas de los periódicos nacionales -copadas por la revelación del Girona- ni las tertulias deportivas. A lo bajini, que dicen en Bilbao parafraseando a Iñaki Williams, goleador y asistente en San Mamés ante el Atlético, al igual que su hermano Nico. Guruzeta certificó el pasaje a Sevilla y una defunción copera, la del Atlético que no consigue ver puerta en toda la eliminatoria.

Los leones dieron en La Catedral un zarpazo germinado la ciudad de Bilbao, entregada para la ocasión. Por sus calles no se hablaba de otra cosa, hasta sus pintxos eran conscientes de la trascendencia del partido. Cambiaron su denominación de origen por un día. Txangurro y Txori dejaron paso a otros apellidos. Sancet, Prados, Williams, Guruzeta, Paredes… aunque un por encima de todos, Valverde. Ernesto ha creado un señor equipo que funciona con la precisión de un reloj suizo y la velocidad -hermanos Williams mediante- de un rayo. Tanto para compactarse y refugiarse sin balón como para estirarse y atacar los espacios con él. Porque no se había cumplido ni el primer cuarto de hora cuando el traje de Simeone ya estaba magullado. Su color, una premonición: negro.

Nico Williams controló un balón largo y desde la línea de fondo centró atrás para que su hermano, Iñaki, golpeara de volea y batiera a Oblak. Si el Atlético debía coronar un ocho mil antes de la acción, una vez recogido el balón de su portería lo tenía que hacer sin arnés de seguridad. Ya no era un gol para forzar la prórroga, ya eran dos. Operación matemática supeditada a no encajar ninguno más, misión prácticamente imposible para los rojiblancos, más aún lejos del Metropolitano donde bajan considerablemente su nivel y más aún en San Mamés, que llevaba festejando al menos un tanto por partido desde que se marchara de vacío en la primera jornada de Liga ante el Real Madrid. Y todo ello, sin Griezmann sobre el terreno de juego. Una montaña difícil de coronar para los rojiblancos que iniciaron con Nahuel y Llorente por el mismo carril.

Noticia en desarrollo.

Fuente: InfoBae

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